domingo, 11 de marzo de 2018

Aires condicionados

Lectura recomendada: La Náusea (1938)
"Todo lo que existe nace sin razón, se prolonga por debilidad y muere por casualidad."
Jean-Paul Sartre

Me hace falta escribir de nuevo. Más bien es un hábito que debería haber desarrollado tanto como el de leer pero bueno, nunca es tarde y el tiempo de arrepentirme de no haber hecho cosas aún no me ha llegado si es que me llega alguna vez.

Sigo siendo muy joven, sigo poniéndome objetivos que voy cumpliendo a mi ritmo y sigo disfrutando del presente desde el momento en que aprendí a hacerlo. Desde hace tiempo me ronda la duda de si todo esto podría considerarse autoengaño, es decir, tengo la idea de que ser más feliz es el objetivo final de todo lo que hago ¿no? Tiene lógica desde luego, al menos si definimos eso tan quemado de "ser feliz" como estar "mas agustico" que en un estado inicial de reposo. Bien, pues ¿que pasa si en realidad lo de ser feliz está sobrevalorado?
Si la clave para disfrutar de las cosas está en sentir a secas y a lo que en realidad hay que aprender es a sentir. Hablo de darle el control a lo que nos dicte el corazón en cada momento, a estar triste si te sientes triste, enfadado cuando sientes ira... Y a no aparentar que se está alegre cuando se tiene miedo a que la gente que tenemos alrededor nos tache de persona aburrida o con la que no le gustaría estar.

Por otra parte es cuestión de evolución, es lógico que si vemos a otra persona sonreír nuestro cerebro nos diga: "No seas idiota, ve con él y descubre por qué su cerebro ha segregado sustancias que le hacen sonreír y te premiaré con un poco de ese dulicioso néctar" (Yo me imagino a mi cerebro con sombrero de copa, monóculo, bigote puntiagudo y sonrisa diabólica).

Pero ha llegado la hora de la revolución mental de entre los límites del interior de mi cráneo, que no es poca cosa en cuanto a tamaño.
Diminutas personas sin afeitar ni depilar y que se quieren mucho entre sí han salido a la calle, entendiendo calle como el espacio entre mi colleja y mis cejas; y están reivindicando su derecho a hacer un poquito más lo que les salga de las gónadas y a dejar claro que "Sí es sí".

Seguiremos informando.

De momento puedo tener claro que sin sal no hay azúcar, sin infierno no hay paraíso y sin desgracia ajena no hay lujo. Ahora tengo que decidir si la razón de mi necesidad por las cosas que no me gustan es realmente poder disfrutar de las que mi cerebro me dice que sí son buenas o de si todo se trata en realidad de una culebrilla de campo que se muerde la cola muerta de hambre pero sin ser venenosa.

La culebrilla es insignificante y despreciable, pero eso a ojos de la culebrilla es insignificante y despreciable. El caso es que la culebrilla está viva.

No perdamos las viejas costumbres. Tengo una obsesión con la música de este hombre:


Como siempre te lo dejo en espotifai.




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